El Fruto del Espíritu Santo

 

En la actualidad no hay muchas personas que les gusten las plantas, las flores y especialmente los árboles frutales. Y es que dan mucho trabajo tiran mucha hoja, no tengo tiempo para atenderlas dicen algunas personas, pero cuando encontramos lugares donde cultivan árboles frutales como naran­jos, pomelos, mandarinas, perales, durazneros, higueras, guayabas, mangos, bananeros y mangos, ¡cómo disfrutamos de sus frutos a medida que maduran! ¡Qué saludable es la fruta! ¡Cuántas vitaminas indispensables para la vida contienen! Debiéramos plantar cada año árboles frutales en los lugares donde haya un poco de terreno, ¿verdad?

No debemos olvidar que también hay árboles que dan frutos que por sus sustancias tóxicas, son perjudiciales para la vida humana. Debemos cuidarnos de ellos.

 

JESÚS Y LA CALIDAD DE LOS FRUTOS

El Señor Jesús comparó los seres humanos con los árboles cuando dijo: "No es buen árbol el que da malos frutos, ni árbol malo el que da buen fruto. Porque cada árbol se conoce por su fruto" (Lucas 6:43, 44a).

Aun se comparó a sí mismo con una vid y al creyente como una rama de la vid y nos exhortó a permanecer tomados de él si queremos tener vida y dar fruto. Prometió incluso la poda y limpieza del Padre celestial, para que demos más fruto. Asegura que nos ha puesto para que llevemos frutos que per­manecen. (Juan 15).

Es claro que así como el niño pequeño debe cruzar la calle tomado de la mano de su padre, así, si deseas transitar por la vida con seguridad y dando excelentes frutos, debes hacerlo tomada de la mano del bendito Salvador. Darás "el fruto de labios que confiesan su nombre".

 

 

EL FRUTO DEL ESPÍRITU

Hay un fruto que parece ser muy especial. Es producido por el Espíritu Santo en el creyente. Más bien diríamos que es un racimo de gusto variado. Se llama "el fruto del Espíritu". Se cita en Gálatas 5:22, 23. Búscalo. Hagamos una breve reseña.

En primer lugar está el

AMOR: Es la esencia misma de Dios. Él es amor. Ese amor ha sido derramado por el Espíritu en nuestros corazones. Figura en primer lugar, porque si él existe, las demás manifestaciones del fruto del Espíritu existirán también. ¿Tienes amor en tu corazón? ¿Sientes amor a Dios? ¿A las personas? Que tu corazón joven esté lleno de amor debe ser tu gran aspiración.

GOZO: Es estar contento o tener contentamiento con todo lo que Dios nos da. ¿Eres así? ¿Te consideras rica en Dios y por lo tanto eres feliz?

PAZ: Paz con Dios y en Dios. Es igual a descanso, tranquili­dad. También es vivir en paz con los demás.

PACIENCIA: Es aguantar, tolerar, soportar. Es tener un gesto amable en circunstancias desfavorables. ¿Tienes paciencia o te enojas fácilmente?

BENIGNIDAD: ¿Es quizás mostrar siempre un rostro con­tento, bueno, de facciones suaves y agradables? ¿Unos ojos que expresan bondad? ¿Qué te parece un rostro así?

BONDAD: Es el amor en acción. Disponerse a hacer el bien. Y punto.

FE: Fe en Dios. Fe en los demás. Confianza. Saber esperar.

MANSEDUMBRE: Es ganar perdiendo. No se defiende. No busca "derechos". Acepta.

 

LA INFLUENCIA DEL FRUTO DEL ESPÍRITU SOBRE LOS QUE NOS RODEAN

Dice el Diccionario que influir significa ejercer as­cendiente, predominio o fuerza moral sobre alguien. La influencia de una persona sobre otra puede ser buena o per­niciosa. Estoy convencida que tú quieres tener una personali­dad que influye para bien. Seguramente muchas personas influyeron así en ti. En este momento, al escribir, estoy procurando que el Espíritu Santo me inspire para ser de influencia en tu vida.

Si el fruto del Espíritu en sus diferentes expresiones se muestra en nosotros, nuestra influencia no tiene límites. Nos abre las puertas para dar a conocer la Persona del Señor Jesús. Al vernos, la gente le verá a él, querrán saber más de él. Sere­mos vehículos de su gracia. Aun sin proponértelo, descubrirás que hay quienes desean imitarte. Te sentirás feliz.

Pero, a esta altura tal vez te sientas desanimada. ¿Tu carácter es poco atractivo? ¿Eres impaciente? ¿Reaccionas mal? ¿El orgullo, los celos y la envidia afloran con facilidad? ¿O eres dada a "agrandarte"?, ¿o quizás tienes el hábito de disminuir a los demás? ¿Eres negativa? ¿O eres egoísta? ¿Hechas a perder tus buenas acciones con otras que no lo son?

Tienes que saber que todo esto es común en la vieja naturaleza que todos traemos desde que nacemos. Es lo nor­mal en esa naturaleza. Pero recuerda que precisamente el Espíritu Santo vino a tu corazón para manifestar esa nueva naturaleza, la de él, de cuyo fruto hemos hablado ya.

Acerca de esto dice Romanos 6:12, 13 VP. "no dejen uste­des que el pecado siga teniendo poder sobre su cuerpo mortal, obligándoles a obedecer los deseos del cuerpo. Al contrario, entréguense a Dios como personas que han muerto y han vuelto a vivir... el pecado ya no tendrá poder sobre ustedes."

¿Ves? Puede haber victoria. Es cuestión de atender a la Palabra y creer que el Espíritu Santo está dispuesto a ayudar­nos a vencer. Por sobre todo, que en nosotros esté el deseo de una victoria sobre el pecado. Se nos dice: "Sed llenos del Espíritu", y es una orden. Para ser llenos de una cosa, tenemos que vaciarnos de otra. Si queremos la plenitud o "llenura" del Espíritu, tenemos que vaciarnos del pecado.

Nosotros no podemos, pero el mismo Señor se encargará de hacerlo, si ve en nosotros el deseo y la fe.

En la medida en que el Señor sea victorioso en ti, así se manifestarán los frutos del Espíritu en tu vida y ello redun­dará en un testimonio poderoso a los que te rodean. Y una perenne alegría aflorará en tu espíritu.